Quedan exactamente diez días para que el mundo se paralice por un balón (bueno, en realidad por unos cuantos). Cada dos años los amantes del fútbol (entre los que tengo que reconocer que me incluyo) celebran que diferentes países se junten a disputarse un torneo. Pero por muy importante que sean el Europeo, un Mundial siempre será un Mundial. Y la expectación que se genera a su alrededor es cada año más impresionante.


Si los balones de cada Mundial y cada torneo se venden y se presentan como si fueran joyas, qué decir ya de las camisetas. Una simple camiseta que lleva existiendo desde que al ser humano se le ocurrió que se podía tapar del frío utilizando la piel de los animales que mataba. Una pieza básica en nuestra indumentaria que hasta esta sociedad consumista nunca se había planteado que se pudiera revalorizar como algo artístico y de gran valor simbólico. Simbólico por tener grabado cierto nombre del más grande entre los jugadores y no el del vecino del quinto.
Arte que se refugia en la artesanía clásica para revalorizarse y tomar un nuevo sentido a su existencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario