lunes, mayo 31

el arte del balón

Quedan exactamente diez días para que el mundo se paralice por un balón (bueno, en realidad por unos cuantos). Cada dos años los amantes del fútbol (entre los que tengo que reconocer que me incluyo) celebran que diferentes países se junten a disputarse un torneo. Pero por muy importante que sean el Europeo, un Mundial siempre será un Mundial. Y la expectación que se genera a su alrededor es cada año más impresionante.
Y todo por una pelota, desde luego. Entiendo perfectamente a todas aquellas personas que no solo nos les gusta el futbol, sino que además lo repudian y no entiendan que hay de interesante. Es que visto fríamente la base es que 22 hombres se disputan una esfera de cuero. ¿Y qué tiene de especial este balón? En realidad, absolutamente nada. Si por poder se podría jugar con un papel lo suficientemente arrugado como para que pueda rodar medianamente. Pero cada año, cada Europeo o cada Mundial el baloncito en cuestión se vuelve una reliquia con su propio diseño único y trabajado.
Quien les diría a los primeros fabricantes de balones, probablemente por los siglos XVIII o XIX que su producto se convertiría en una auténtica reliquia. Quién podría haber pronosticado que una simple pieza de artesanía pudiera ser tan arte como las jugadas que los grandes del fútbol fabrican con él.
Si los balones de cada Mundial y cada torneo se venden y se presentan como si fueran joyas, qué decir ya de las camisetas. Una simple camiseta que lleva existiendo desde que al ser humano se le ocurrió que se podía tapar del frío utilizando la piel de los animales que mataba. Una pieza básica en nuestra indumentaria que hasta esta sociedad consumista nunca se había planteado que se pudiera revalorizar como algo artístico y de gran valor simbólico. Simbólico por tener grabado cierto nombre del más grande entre los jugadores y no el del vecino del quinto.
Arte que se refugia en la artesanía clásica para revalorizarse y tomar un nuevo sentido a su existencia.

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