viernes, mayo 28

mi amor y odio a Cinemanía

Tuve una etapa en mi vida en la que no había mes que pasara sin mi revista de cine. De hecho, hará cosa de dos meses, la última vez que me pasé por mi casa de Oviedo, recuerdo perfectamente cómo mi madre me echó una pequeña bronca mientras me señalaba el gran bloque que forman mi colección de revistas de Cinemanía de algo así como el 2001 al 2006. Pero me da una pena tremenda deshacerme de todas ellas, tirar a la basura esa parte de mí que aún sigo hojeando de muy de vez en cuando. Me hace gracia, desde la perspectiva, ver la ilusión que me hacía leerme reseñas de películas que hoy en día me parecen pésimas.
No recuerdo realmente como comenzó mi enamoramiento con la revista. Puede que fuera un simple encaprichamiento de un mes que más tarde se alargaría cinco años, o quizá fue mi padre que, con la visión panorámica que siempre le ha caracterizado, se dio cuenta de que a su hija le gustaba mucho el cine y tenía en estas revistas un entretenimiento cultural interesante. Lo cierto es que gracias a ella aprendí algo así como el 70% de la base cultural cinematográfica (que es bastante más pequeña de la que me gustaría) que hoy en día tengo.
Como cualquier amor, el nuestro comenzó poco a poco, mes tras mes, insertándose con cuidado en mi día a día y en mi vida hasta que mi rutina, el cine y Cinemanía éramos prácticamente un mismo ente. Allí conocí a los grandes actores y actrices que desde entonces han llenado la parrilla de mis favoritos. Con ella me empapé de grandes reportajes de cine español y americano (porque por aquella yo no veía más allá y lo británico formaba el mismo bloque que lo americano en mi concepción de 13 años). Con el cine y Cinemanía me sentía realizada.
Pero como en todo, llegó el día en el que la chispa se apagó. Ese fue el momento en el que me pegué de bruces con el mundo editorial y sus ganas de hacer dinero fácil, de tirar de la publicidad, de las imágenes morbosas y sugerentes, de portadas de actrices mediocres en pose sexy. Entre finales de 2005 y mediados de 2006 – momento de inflexión también porque en septiembre empezaba a la Universidad – mi desilusión avanzaba y crecía a la misma velocidad que Cinemanía incluí más y más películas estúpidas, noticias chorras y actrices sin cerebro en las portadas.
Me resigné y renuncié entonces a volverme a acercar a esa revista, que como veía en los quiscos iba hacia un sensacionalismo cada día más repulsivo y a dejar de tratar realmente el cine.
Apareció entonces otra revista que hizo resurgir mi interés cinematográfico plasmado en papel: la americana Premiere. Aunque de una forma cauta tras la leche que me había pegado con Cinemanía, me adentré en esta revista que consiguió darme una perspectiva muy diferente primero por estar en inglés – un gran aliciente para mí, amante desde hace años del idioma de Shakespeare – y segundo por tener una perspectiva extranjera muy interesante. Sin embargo mi ilusión con la revista duró apenas medio año, justo hasta el momento en el que Premiere como revista impresa cerró (solo sigue la Premiere francesa) y sólo queda ya la versión online.
He preferido no adentrarme en más revistas de cine desde entonces.

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