lunes, mayo 24

el gusto como punto de inflexión

Apenas dos horas me separan del momento en el que el final de Lost llegó a mis retinas y la sensación básica es la de impotencia, por un largo etcétera.
Por un lado porque de vez en cuando me doy cuenta de la realidad y de lo friki que acabo siendo, de lo que me involucro, en la mayoría de las veces sin planteármelo siquiera, en cosas externas a mi vida, me doy cuenta de que, en realidad, fectan a mi día cotidiano asuntos como por ejemplo Lost.
Por otro porque, pese a que los finales de las series más esperadas de la historia de la televisión siempre reciben diferentes opiniones y críticas, en general suelen ser decepcionantes. Y así es en mi caso. Me han llegado varias teorías pero en realidad ninguna me convence, aunque no se realmente si alguna teoría me convencería o si simplemente mi subconsciente en realidad se niega a admitir que todo esto, después de 4 años, se ha acabado finalmente.
Algo parecido me pasó hace casi tres años cuando salió la última entrega de Harry Potter.
Los finales duelen y en realidad no estamos preparados para ellos. Y puede que la sensación de “no me gusta” sea en realidad un mecanismo de autodefensa para evitar admitir que se ha acabado para siempre y que de esa historia ya nada volverá a ser nuevo y original.
Pero, para qué me voy a engañar, aunque el final no me haya gustado, aunque esta última sexta temporada ha sido exageradamente floja (especialmente si la comparamos con la quinta temporada) yo seré la primera que me compre el DVD pack edición especial de las 6 temporadas en cuanto salga a la venta. De la misma forma que fui la primera en comprarme los libros de Harry Potter tanto en inglés como en castellano, de la misma manera que soy la primera en comprarme los DVDs en sus variantes “edición especial” cada vez que una película me ha maravillado.
Porque, pese a que se empeñen los de la SGAE y compañía en atacarnos a todos aquellos que nos descargamos música, series y películas o las vemos online, no creo que lleguen a comprender nunca que lo que hacemos en realidad es un mecanismo de selección natural al más puro estilo Darwiniano. En estos tiempos que corren no es de muy buen agrado comprarte un CD o un DVD que no son exactamente baratos para que luego llegues a tu casa y te des cuenta de que o la película hubiera bastado con haberla visto en el cine (¡y muchas veces ni eso!) o del disco te gustan tres canciones a lo sumo y el resto no las volverás a escuchar en la vida. Pues de esta forma si previamente ya te conoces el CD o la película, primero, lo comprarás con mucha alegría, y segundo, te permitirás el lujo de adquirir una edición especial porque sabes que será una película/CD especial en tu colección.
Es un tema complicado este de las descargas, pero me imagino que la solución no está aquí ni ahora, y este tema dará para rato. No estamos dispuestos a pagar por la cultura, como una vez me dijo un músico en ciernes, pero también entendemos que las cosas no se fabrican solas sin esfuerzo. El límite sería “hasta donde” y “en qué”. Qué estamos dispuestos a pagar muy alegremente y qué partes no aceptamos nada que vaya más allá de lo estrictamente gratis. Porque en una sociedad del consumo en la que nos surgen dos millones de libros, películas y discos sobre otros dos millones de asuntos, variedades y estilos ni nuestra economía ni nuestro cerebro está como para almacenar todo, ni los fabricantes de todo este montaje se merecen echarnos en cara a los consumidores que somos los culpables de ser selectivos.

1 comentario:

  1. La isla no es más que lo que tú quieras que sea.

    (Pero eh, aún te falta por escuchar/leer mi teóría!)

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